Salen de debajo de la mesa, recogen
alguna ropa, alguna naranja de sobra, llevan
al niño con el osito decapitado en la mano, parten
hacia el cobijo de la casita en el campo, se hieren
por los trozos de cristal calcinado
explotados de la mezquita muerta.
Sale del humo algodonado, reverbera
el silencio de su marido debajo del velo, cubierto
de polvo que se ablanda y se verdece, abrasa
la sangre de su hijo en el frío de la sábana, que no tiene
ni fuerzas para llorar, ni para abrir la boca
en el pasillo desbordante del hospital.
Qué desperdicio de tiempo, qué desperdicio de vida,
qué desperdicio de piedad implacablemente pospuesta,
desde lo abierto del cielo, desde lo ancho de la bahía
bombas de plomo de una enhebrada lotería,
batalla baladí sin venganza en acecho:
humo en el humo, manchas sobre manchas.
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